Permitidme antes de empezar, unas palabras del propio Irmin Schmidt que a sus 80 años es el único miembro vivo de aquel peculiar y extraño cuarteto. El guitarrista Michael Karoli murió de cáncer en 2001.El Batería Jaki Liebezeit en enero de 2017 y el bajista Holger Czukay en septiembre del mismo año. Vivos quedan todavía sus dos cantantes: el estadounidense Malcolm Money y el emblemático japonés Damo Suzuki.
“Can ha sido la experiencia que más ha marcado mi carrera. Es parte fundamental de mi vida. Cada uno era extraordinario en su parcela, pero juntos éramos aún mejores, trabajando sin ningún tipo de presión por parte de la industria y sin atenernos a ninguna regla. A veces fue difícil, pero me siento absolutamente afortunado”.
Sin atenernos a ninguna regla. Esa fue la máxima de aquel movimiento alemán llamado “Krautrock” (término que usaban despectivamente los ingleses para referirse al rock extraño proveniente de los germanos). La terminología Kraut hace referencia hacia un vegetal como la col o el repollo (¿?). Aquello coincidió con todos los malos rollos socio-políticos de la época. Es decir: la guerra fría desde la caída de Alemania después de la segunda guerra mundial, la guerra del Vietnam, el mayo del 68 y sus utópicas revoluciones y un marcado izquierdismo radical potenciado por el muro de Berlín y la otra Alemania bizarra, con un alucinante maoísmo que comió el tarro hasta a los hiparras más colgaos. Añadir el descontento de una generación joven radicalmente opuesta al convencionalismo y a las formas, que derivó hacia una anarquía salvaje, no exenta de cierta esquizofrenia tanto en términos sociales como culturales.
En España se vivía en las antípodas de todo eso. Nuestro aporte cultural de aquel año fue Massiel y el festival de eurovisión. A Serrat como cantaba en catalán le dijeron que hostias. Mal hecho. Hoy sería una gloriosa y recordada hazaña para nuestros simpáticos vecinos. Sin embargo, a diferencia nuestra, los germanos lograron perder la vergüenza al legado nazi, condenando su lamentable y terrible pasado. Cierto es que nosotros en los años 60, vivíamos en el “confort” de un fascismo primitivo y beato, ya aparentemente light y tonto si comparamos con las barrabasadas de dos décadas antes, siempre sumidos en la ignorancia y orgullosos de ser españoles y mucho españoles. Y cuando todavía el alcalde no elegía a los vecinos, ni éramos sentimientos que tenían humanos. Eso vino más tarde para jolgorio de todos. Los otros: Toda aquella peña de peludos y desarrapados que querían cambiar todo, hoy son domesticados ancianos, algunos venerables otros no. Porque el sistema siempre gana. Los que ya somos mayores y perros viejos preferimos malo conocido que bueno por conocer porque seguramente será más malo todavía. Las ideologías son todas una repugnante mentira. Todas las creencias lo son. Shoppenhauer que fue una mente privilegiada para su época, decía que el estado es un “bozal” para perros. Las revoluciones aun en su bien intencionada utopía quitan el bozal y no hay nada más placentero para el ser humano que devorarse entre ellos mismos. Quiero recordar que generalmente y con sus excepciones naturalmente, el coeficiente de la raza humana está por debajo de cero coma. Por eso siempre ganan los malos. Por eso la libertad no existe. Pensad que los buenos en cuanto pillan cacho y las tocan, siempre terminan siendo malos y en realidad socialmente en nuestro comportamiento con los demás, no hemos salido de la edad media por mucha robótica y muchos teléfonos celulares que llevemos en el bolsillo y da igual incluso la mucha educación recibida. Igual de bestias. Alguno pensará que si este es un blog de música debería callarme. Tienen razón y soy un pesao. Lo reconozco. Debo decir, no obstante, que música y sociología van de la mano y nadie somos ajeno a ello. Una cosa depende de la otra.
Dicen que CAN fue el creador del krautrock o al menos uno de sus artífices. CAN en su música reflejó a la perfección el lado primitivo y salvaje de nuestro comportamiento fuera del bozal del sistema. Nada de reglas. Música para neandertales y cromañones, exagero en broma claro. La mona Chita y Copito de nieve. Yo recuerdo aquella película llamada Las Minas Del Rey salomón de 1950, donde hacia el final, había una fabulosa secuencia de baile ritual y tambores Massai y Batusi, llena de espectacularidad incluso elegancia. La música de CAN es mucho de eso. Sin embargo, es tan rara y adictiva que se adelantó a su tiempo. Os puede resultar chocante y confuso que un amante del prog rock clásico como yo, quede atrapado por algo tan antagónico. Lo es. De hecho, no recomiendo meterse en el barrizal del kraut a quien tenga por definición un “oído romántico” porque saldrá por piernas horrorizado. También es cierto y lamentable, que en parte, su legado afectó e influyó en muchas marranadas musicales para las siguientes décadas. Hay músicas horribles de hoy que tienen al grupo alemán como gurú y santón a venerar. El que tenga un oído aventurero sabrá apreciar la diferencia entre uno y otros y ahí lo dejo. Aunque no es fácil a veces separar el grano de la paja.
Así pues, CAN nace en Colonia en el año mítico de 1968 y en medio de todo el jaleo y la mala hostia político social que forma parte de una de las movidas históricas más relevantes del siglo XX. El cerebro intelectual de esta historia es un músico alemán académico llamado Irmin Schmidt. Pianista de conservatorio y compositor que fue alumno directo de Stockhausen y de György Ligeti, ambos compositores asociados al aspecto más radical de la música contemporánea de mediados del siglo. En su viaje a EEUU conoció a John Cage, La Velvet Underground y al guitar hero del momento Jimi Hendrix. Esto evidentemente le marcó y a su vuelta a Alemania tenía claro el giro radical que iba a suceder en una música adelantada a su tiempo. No hay muchos casos de compositores “serios” que actúen de esta forma. El compañero de fatigas se llamaba Holger Czukay, también alumno de los mencionados compositores. Un bajista atípico enamorado de los cachivaches electrónicos, las ondas de radio y las cintas de grabación para hacer extraños experimentos y loops. Se les unió un guitarrista de nombre Michael Karoli, alumno a su vez de Holger Czukay, que además tocaba violín y cello. Karoli venía del jazz y de las entonces tendencias hippies de la costa oeste californiana. Se les une Jaki Liebezeit, un batería tremendo también con base jazz, pero que fue el precursor de una forma de tocar llamada “motorik”. Jaki era un metrónomo percusivo, original y completamente diferente de todos los baterías del planeta. La música de CAN recae en él de forma determinante. Comienzan a ensayar “sin estructuras determinadas”. La composición se torna en “improvisación instantánea” que resulta ser el “catecismo” del kraut alemán. Tal ruptura de formas les lleva a incluir cantantes “que no saben cantar”. Buscan la voz como un instrumento libre y salvaje y el primero en adentrarse en tal locura es un cantante afroamericano llamado Malcolm Money, un tipo con problemas mentales que al poco tiempo acabó en el psiquiatra.
Después de unas demos de 1968 que aparecerían años más tarde como “Delay”, se meten en el estudio para dar forma al primer LP oficial: “Monster Movie”. No fue el primer álbum que escuché de CAN. Reconozco que tal experiencia me habría resultado imposible, porque a una mente romántica sinfónica como la mía le habría sonado en aquel momento como algo totalmente desagradable. Tampoco fue fácil para mí CAN y lo primero que compre a ciegas y en Andorra fue el doble Tago Mago. Le eché cojones. Mi curiosidad por lo raro y diferente me ayudó a dar el paso. Esa audición me hizo replantear mi concepto de la música y yo todavía era muy joven. Pero así somos las mentes inquietas en música. Si entras por primera vez en CAN con “Monster Movie” vas a salir corriendo. El sonido es bruto, sucio, denso, repetitivo y salvaje. Está grabado en 1969 y desafía al oído más aventurero y de apertura de miras. Pero si empiezas a escuchar toda la música brutal que venía de Alemania en ésa época, te va a suceder lo mismo. Aquí nos encontramos con un problema. O lo interpretamos bajo el oído convencional que todos tenemos o dejamos salir a la bestia que todos llevamos dentro. No quiero imponer o influenciar de alguna forma al oído “convencional”, solo digo que si te atreves adelante. Si esto te parece insoportable o una tomadura de pelo, lo entenderé, pero si una “chispa” adictiva y especial fuera de prejuicios logra interesarte, te diré también, que enhorabuena!!, has logrado traspasar una frontera compleja, un desafío para entrar en otros niveles igualmente fascinantes. CAN es una prueba que exige unas condiciones especiales. No es música para todo el mundo que paradójicamente ha hecho incluso singles de éxito. Puestos en antecedentes allá vamos.
Solo cuatro “bofetadas”. “Father cannot Yell” inaugura la histeria. Aquí no hay teclados sofisticados, sólo un farfisa organ aporreado y distorsionado, un bajo pulsante y guitarra chirriante, efectos electrónicos y batería ultra underground. La voz medio hablando gritando y formando onomatopeyas. Un ambiente corrosivo y obsesivo como la baba del alien. Todo huele a hierro quemado. Melodía cero, balbuceo diez. Pero atrapa como una enfermedad mortal.
“Mary Mary so Contrary” anti-balada con intentos. Dejadez y guitarra que escuece como una inyección de penicilina. Todo es marchito, áspero y decadente. Anti alegría. Anti esperanza. Gris sucio como una tumba. Lirismo tipo familia Adams.
” Outside my door” suena como una extraña mezcla de costa oeste o grupo rock garajero. Recuerdo que estamos en 1969 y raro es el que no sonaba guarro.
Para el final dejaron “Doo You Right” donde se prefigura la pesadilla CAN por excelencia. 20 mtos minimalistas. Percusión prehistórica. El bajo Czukay y la machacada Liebezeit, van a abrir el pecho de la ofrenda humana y comerse las vísceras. La voz es verdaderamente horrible, si no, no serían CAN. La psicodelia enfermiza y el kraut bruto y descarnado. Porros, ácido, opio, alcohol, sudor y olor a templo mariano. Los sonidos electrónicos van quemando la piel poco a poco. Liebezeit lleva las muñecas desatadas en redobles jodidos y todo entra en un trance. Irmin hace cosas que ningún teclista normal haría. Es como darles un equipo de música e instrumentos a primates enloquecidos o tíos que les suda todo la polla. Lo último es lo exacto. Pero a su vez es fascinante y adictivo. Música guarra y anti todo. Es todo tan espantoso que hasta me gusta. La monotonía: aspecto destacable e irritante. El sonido: la excavadora de una obra y la mezcladora de cemento. Olor a alquitrán, vapor irritante, calcetines de obrero ventilándose y algún eructo más generosa ventosidad. Bienvenidos a CAN. La vida misma. Lo horrible y hermoso a la vez.
Alberto Torró
Nota: si te gusta el artículo compártelo (Facebook, Twitter, g+, etc) pulsando en
que está al final del artículo, de esta forma contribuirás a la continuidad del blog. Gracias