El teclista y líder de este grupo falleció en 2018 por lo que este disco es el último de esta sorprendente y desafiante banda de space rock.
Vladimir Konovkin del que he obtenido unos pocos datos fue en realidad un compositor de disciplina clásica y un hombre conocido en el área y círculo musical de Moscú. Hizo de todo. Blues rock, hard, heavy y hasta rock sinfónico pero está visto que el vehículo de sus energías desatadas y cósmicas fue su grupo Kalutaliksuak. Una historia que aquí se termina pero con cuatro tremendos álbumes de energía corrosiva duros de pelar y de asimilar. No es música para blandos de carácter y de lindo corazón, pero sí un vehículo para esparcir y expresar la mala hostia que muchos llevamos contenida por el mundo de mamandurrias con el que nos toca lidiar día tras día. Afortunadamente la indiferencia siempre acaba nivelando la balanza. Perfecta música para misántropos y para liberar la bilis contenida.
La muerte del alpinista, su cuarto disco, tiene al parecer alguna referencia con las leyendas del Ártico y sus criaturas mitológicas. Bueno otra vez tenemos solo cuatro temas dos de los cuales superan los 20 mtos con las habituales referencias étnicas y kraut para seguir en su línea. Sin embargo quizás personalmente no encuentro este trabajo tan terrorista como los anteriores. Digo esto con reservas si bien es cierto que la densidad en las voces enloquecidas ocasionales, siguen mortificando al oyente. En la primera andanada de aceite hirviendo: “Hard Climbing” a veces me recuerdan esa forma free salvaje del Miles Davis del Agharta. La guitarra enloquecida y ardiente de Alexander Chuvakov que alterna desatados pasajes de flauta asilvestrada entre cabras y chotos me lo recuerda y ya no habrá paz ni misericordia para el fauno y la pastora. No he visto manera más antagónica de emplear un instrumento de viento de esa manera, aunque sin duda, la guitarra es la protagonista absoluta de la larga pieza inicial. Un éxtasis o una tortura según el grado de desajuste mental que tenga quien oiga esto. El teclista es un constante martillear el piano eléctrico mientras la guitarra pierde hacia el final totalmente el juicio. Entro lo genial y lo estrambótico pero interesante.
La segunda pieza de 7 mtos es más psych con esos arabescos típicos del estilo y algún sonido interesante de guitarra extrañamente procesada y algo zappera si se me permite. “Horizontes enterrados” es otra salvajada de 20 mtos de mortificación mariana que empieza dentro de lo ambient con capas de teclado y guitarra limpia en este caso y la voz del indio de los cojones fumando peyote, opio o vaya usted a saber. Algo de costa oeste hipparra recorre mis oídos hasta que un interesante sinte va rasgando el cuelgue guitarrero humeante hacia espacios más limpios. Este pasaje teclístico es uno de los mejores que he escuchado de este grupo ruso y muy agradable en comparación con la mandanga que generalmente suelen clavarte en los oídos. La guitarra solista alterna ahora en conversación y casi nos vamos a Hillage/Gong con toda tranquilidad. La flauta y el abrevadero cabras vuelven a aparecer en una especie de invocación al macho cabrío. Demasiado largo este pasaje pero si vas fumao igual ves al brujo en pelotas de color rosa. El bajista va haciendo cosas interesantes mientras extienden la masa gelatinosa sonora sin ninguna dirección concreta. La guitarra jazzy escalas arriba y abajo busca en vano la salida de la cueva como un Metheny estresado. Va la cosa y el sinte vuelve a abrir brecha hacia el final. Cierra el disco “Not at King” una merienda de gremlins con sonidos étnicos y algo más anodina y pesada que las descargas adrenalíticas anteriores.
Alberto Torró
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