Hacerse mayor tiene sus peculiaridades. Por un lado, la sensación de cansancio físico que va irremediablemente unido a una vagancia estratosférica fuera de lo común y una tendencia a la abulia de carácter preocupante.
Levantarse del sillón para hacer cualquier cosa ya supone un esfuerzo extra incluso para ir al wc a reencontrarse con la esencia primaria de uno mismo. Luego está el cansancio mental y su amiga más íntima que es la anhedonia, palabra ligada a toda depresión o a la incapacidad absoluta para disfrutar de cosas que antaño te motivaban o producían placer. El resultado de todo esto es un terrorífico sentido del humor negro, surrealista, irreverente, exagerado y lo más tonto posible porque de lo contrario no se disfruta convenientemente. De mayor algunos pasamos de la seriedad a la burla porque no me cabe duda de que es un mecanismo de defensa. Yo no escucho la música de la misma manera que con aquellos ojos de sorpresa y felicidad de hace ya mucho tiempo. Eso es producto del desgaste y la indiferencia. Ahora todo es más analítico y menos emocional salvo alguna cosa que siempre es escasa de oír en los tiempos que corren.
The Psychedelic Ensemble es una especie de “auto-tributo” para la gente que crecimos con la música dentro del quinquenio 70 -75. Es decir, nada nuevo pero pensado para el recuerdo. Nuestro gusto por la música independientemente del año y la generación a la que pertenecemos siempre está supeditada a las vivencias de la época y a sus recuerdos. La música no deja de ser una película de nuestras vidas, pero también de nuestra visión del mundo. Nunca he creído en eso de “dime que música escuchas y te diré quién eres”. Te sorprenderían algunas patologías musicales y sombras desconocidas de algunos que podríamos definir como contradictorias a tenor de su personalidad. Tampoco la ideología política o la actitud personal ante la vida dice mucho sobre ello. De hecho, gente del pasado que yo creía buena persona por su acercamiento empático y gustos, acaban como bichos repulsivos y por el contrario algunos entonces etiquetados como malos en realidad no lo eran tanto. La broma de la vida. El precio de envejecer. La miseria humana. La música puede expresar cosas antagónicas y sentimientos opuestos. Llegados a este punto y muchas veces con una alarmante confusión de conceptos adaptamos lo que nos sirve y lo que no. No todo pervive o se recuerda de la misma manera. Cuando escuchamos revisitaciones musicales de aquellos grupos que conformaron nuestro crecimiento, debemos alegrarnos porque no considero que sea un ejercicio de nostalgia. Solo existe el presente y si una música como este “The Sunstone” nos alegra el día podemos darnos por satisfechos.
Efectivamente el quinto álbum de nuestro desconocido amigo es diferente a los anteriores pero nos mantiene en esos tiempos en que la música fascinaba a nuestra jóvenes mentes y cuerpos. Nuevamente en cruce de estilos de todo aquello recorren los 11 cortes coloridos y exuberantes de guitarras, teclados en un infinito laberinto de sensaciones. Este señor toca el solo todo lo que una banda progresiva puede ofrecer incluida la sección rítmica. Pero es que a tenor de lo escuchado es bueno en todos los instrumentos. Esto deja perplejo porque no es lo normal. Me he parado a escuchar atentamente cada instrumento y lo domina todo dejando a un tal Jonathan Roberts dirigir toda una orquesta de cámara al uso más las voces de Ann Caren tal como lo hizo en su anterior trabajo con algún elemento más de apoyo en violín, cello y hammond B3. El resultado es magnífico y la verdad sea dicha cada nuevo paso es mejor que el anterior. La temática suele ser conceptual y en este caso ha optado por leyendas mitológicas escandinavas del mar. Yo cuando un disco es integralmente bueno no suelo destacar partes. Es innecesario y lo único que puede recomendar es que se escuche en su totalidad.
Alberto Torró
Nota: si te gusta el artículo compártelo (Facebook, Twitter, g+, etc) pulsando en
que está al final del artículo, de esta forma contribuirás a la continuidad del blog. Gracias