Nacidos como jug band un extraño día de 1966 en Long Beach, California, The Nitty Gritty Dirt Band pronto evolucionó en ese combo capaz de adelantar el folk rock a las camarillas de la psicodelia de violines y otros arreglos un tanto “sinfónicos” (“I’ll Search The Sky”), sin tener que perder por ello esa base de raíz acústica y lazada al sur de Estados Unidos. En su inicial encarnación contaron con Jackson Browne cual sexta pieza, instrumentista y cantautor que sería sustituido en menos de un año por John McEuen.
Ricochet, segundo LP para la casa Liberty, ofrece lo que se había quedado a medio planchar en su homónima obra de apertura. Ya sea por los dos temas firmados por Browne, legados tras su partida del núcleo oficial (“Shadow Dream Song” y “It’s Raining Here In Long Beach”), o por la perfecta mezcla entre pop ácido y arreglos country, lo cierto es que los miembros de la Nitty Gritty acababan de firmar su obra maestra –aunque las listas de éxitos no lo viesen de igual manera–. Cuando querían estar a la moda lograban correr al estilo de los Strawberry Alarm Clock, aunque pintándose con pinceladas de The Byrds o de The Lovin’ Spoonful. Sin embargo, si el asunto trataba de figurar un ragtime de vodevil, ahí está Bruce Kunkel con su nostálgica a la par que rítmica “Happy Fat Annie”.
Curiosamente en aquel 67 se edita otro larga duración de planteamientos paralelos a Ricochet, un vinilo titulado Pisces, Aquarius, Capricorn And Jones Ltd que aparecía en las tiendas firmado por los ya encumbrados The Monkees. Y saco a la palestra este dato pues, para cerrar su segundo redondo, The Nitty Gritty Dirt Band tiran del humor que caracterizase a Michael Nesmith, Davy Jones, Micky Dolenz y Peter Tork en su serial televisivo incluyendo un original y netamente cómico “The Teddy Bear’s Picnic”. La canción no era nueva, pues el compositor John Walter Bratton la escribió en 1907, añadiéndole Jimmy Kennedy en el 32 la letra que la completaría; lo original del invento en Nitty Gritty lo confería una interpretación tan festiva como naïf. Un final feliz que concordaba con el grueso de este trabajo imborrable en la memoria melómana.
por Sergio Guillén
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