Se suele usar el tópico (fundado) de que el stoner es un mimetismo Sabbath llevado a la repetición ad nauseam. Y en muchos casos, así es. Pero cuando hay canciones, sólida composición y trabajo serio, toda teoría se desmorona.
Es el caso del segundo álbum de Wicked Wizzard, "Warlords of the Dark Realm". Y es que si el País Vasco se caracterizó en los 70 por el folk prog, (algo que ni Wicked Wizzard olvida!), en posteriores décadas se endurecieron las propuestas, hasta hacer del rock duro un sello de identidad. Y le veo lógica. Mungia, en el corazón de Bizkaia, atruena con la música de Íñigo Jáuregui (bajo, voz solista y letras), Unai Minguez (guitarras) y Mikel Bidaurrazaga (batería). Ofreciendo psych stoner doom con tanta clase, que les llevó a ganar el Villa de Bilbao 2019. Un homónimo debut y un par de EPs más, están registrados por el trío. James Morgan produce magníficamente, y uno tiene que quitarse el sombrero ante tan buenas maneras.
Larga y sombría intro es "Crypt", que nos lleva a "Give'em all", ganadora rola que combina el puñetazo de graves de Geezer, con la pegada mastodóntica de un kit de plomo. Guillotinas como riffs para "Evil", donde la NWOBHM también encuentra lugar y sitio. Solos de Unai en doblada y efectiva liturgia. Guiños progresivos y voz de seguro pasaporte al sello propio. Con mirada asesina hacia Pentagram. Iommi encantado con su escuela, que da frutos envenenados como "Master of All" ..... (riffs!). Pedazo de estacazo que no olvida melodía como llave a la eternidad. Y seis cuerdas que hacen hervir la sangre. Perfección rítmica omnipresente.
Psicodelia zombie en lento tambaleo sangrante, que hace de "Hydromancy" algo aterrador, y una segunda parte arrasadora, con devastación eléctrica inclusive. Acústicas de ultratumba en "Doomed" (6'10), con sensibilidad de tradición arcana en lo profundo de un bosque maldito, ante las ruinas de un impío templo olvidado. Trouble y Candlemass os saludan, hijos del "Ancient Forest". Siguen los guiños folk, ahora con la bella flauta de Josu Ferreras sobre acústicas de musgo y niebla. Un descriptivo instrumental. "Dark Realm" y "The Barbarian" mantienen la atención imperiosamente. Vapuleando neuronas con oficio y brutal convicción de estilo. Desembocando majestuoso en la final "Cosmogony" (13'55), donde se toman su tiempo para desarrollar una idea en hipnótica espiral de ámbito psico.
Algo que no se intuye en todo el álbum, y que los define como expertos paladines psych y hasta se acercan a jardines kraut. Buen manejo de parches en conversación percusiva, hasta llegar a un demoledor dominio stoner-desert -rock de manual más actualizado. Instrumental éste que refleja otras salidas válidas para la banda. Comestible sabroso para la mente y vitamina esencial para el alma. Un triunfo.
J.J. IGLESIAS