El justo fruto que a modo de recompensa incrementa la llama incandescente del proyecto de la vocalista asturiana María González ha traído consigo el primer capítulo de una esperanzadora sucesión de sueños, en los que María salda su deuda con el compromiso hacia el profundo respeto por el amplio surtido nutritivo del que a modo musical la luarquesa ha tomado por legado, para forjar la bandera de su propio proyecto personal.
Una obra musical bien nacida, merece ser agradecida, y más aún cuando a lo largo de los días y tras concluir nuestras pertinentes labores en el campo de la grabación y la producción, tenemos que enfrentarnos a la tediosa labor de escuchar remesas de discos de diversa procedencia, aún siendo conscientes de contenidos previsibles que cuanto menos, van a incitar nuestro propio espanto. Así que, haber seleccionado de la más reciente remesa este disco, ha sido precisamente lo que la misma obra aporta, algo totalmente revitalizante. Un producto ha llegado de la factoría del entusiasmo justo en su momento, cuando realmente tenía que llegar con caída libre impulsada por su propio peso.
Puro Sueño equivale a una primera carta de presentación cuyo precedente radica en un longevo periodo de gestación y desarrollo en las parcelas donde la tonalidad de la joven vocalista ocupa con absoluta comodidad la vacante que mejor defiende. El álbum es un viaje que transcurre por pasajes cercanos, desmarcados de horizontes lejanos a su vez, en los que el presente ha sacado de su manga los recursos elementales para vivir despierto, un sueño en el que la sociedad dormida protagoniza un trazado que Doñita, cuenta rigor y delicadeza en piezas como Pachamama, Soy Yo, Tiempo o A Mi Manera, claros ejemplos de un proceso de madurez que ha desembocado en la progresión y su consecuente elegancia, transcurrida en el abordaje de espacios, tiempos confeccionados por el habitual carácter extrovertido que predomina en el lenguaje de Doñita, haciendo de esta primera experiencia discográfica, un trabajo redondo que yace en la cuantización de impulsos domados en los que la protagonista cuenta diez canciones que quizá otras voces hubiesen cantado, eludiendo la aromática esencia de la compleja sencillez, en la que el riesgo no comulga con obligaciones tales como el respeto y su consecuente humildad, esa vitamina que desde hace largas décadas no forma parte de ninguna receta de cordura.
Doñita González expone el la pureza de un sueño surcado desde la potencia visceral hallada en el cálido puente tendido desde los recovecos del Son pasando por las latitudes norteñas de la Cumbia, sin renegar del tono fucsia de la pura indecencia de la Bossa hasta auspiciarse en la sonrisa del Rock, que sin precedente voraz sosiega el apetito de la serenidad imperecedera de los comedidos y precisos tempos, donde la melodía más sustancial se expone a la soga, si esta no sacia el resultado final de una arquitectura merecedora de un formato analógico, venerado por aquellos escasos depredadores de la escucha de un disco.
En tiempos actuales, en los que se ha perdido toda capacidad de observar, valorar y agradecer, los productores musicales se enfrentan a cimentar desde verdaderas ñapas de mugre, inmuebles confortables en los que la sustentación se centra en confortables espacios para que los pabellones auditivos de una unanimidad ajena al contexto del cuarto arte como elemento vital de la cultura, se sientan con la comodidad que contribuye al incremento de la peligrosa y letal obesidad mental. Y en este aspecto, Doñita representa a un buen número de voces, de artistas en general, que aportan el ochenta por ciento del material para que el resultado final del producto sea tan redondo como satisfactorio.
Puro Sueño, representa la persistencia incombustible deudora de la disciplina, que avalada por la ilusión sitúan a Doñita afortunada en tierra de nadie, desde los lejanos latifundios de todos, donde solo el respeto ocupa ese lugar tan desconocido en un presente de aliento agotado.
El resto de esta primera entrega discográfica se debe a la labor, a la implicación de los hermanos Feijoo en guitarras, teclados y percusiones, junto con el respaldo de Antón Ceballos al bajo y Alejandro Blanco en la batería, a quienes se han sumado Sam Rodríguez; Acordeón y Piano y Héctor Braga como factor esencial en las líneas de Violín y Cello de un disco en el que han sido hay que discernir mimos de consentimientos para poder seguir soñando despiertos.
El álbum ha sido grabado y producido íntegramente en el confortable y acogedor Room 31 Studio. La sede de operaciones de un Rod Feijoo, que como Cid Campeador de la ejecución musical, el arreglo y la producción sigue conquistando terrenos sin el menor temor a la resistencia. Un hecho más que contrastado en los últimos años de trayectoria de este excepcional músico.
Para poder despertar arropado por la pureza de los sueños que albergan elegancia en la ardua y tediosa labor de la difusión de la energía mecánica de la que reniega el cerumen auditivo de sus vagas majestades del consumo musical, este es un producto demasiado valioso como para que los elogios de madrastras huérfanas de criterios, donde las estrategias de triquiñuelas sancho panzescas mantienen en auge del intercambio de halagos por presuntas escuchas en plataformas de rosad ritual en la danza de fórmula digital... Pero lo excitante, es que es tan solo el inicio de la persecución de Doñita por afincarse en este, su propio terreno. Un espacio en el que las inmensa sonrisa de estructuras musicales de cavidad convexa, aparentemente cansadas, incitan siempre a regresar allá donde nadie quiere que vuelvas transformándonos en quienes realmente somos para que una voz perfectamente reconocible a veinte mil leguas de viaje sin destino dada su textura contundente, con más voluminosidad que brillo, es capaz de darle luz a la difunta sonrisa de aquellos oídos impermeables a la luz.
Luis Arnaldo Álvarez (Baterista y Locutor profesional independiente)
ArnaldoStudio Estudio de grabación profesional
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