Aún andaba coleando su arrollador directo Live From Oz, cuando el trío maravilla de Planet X nos volvía a regalar los oídos con sus criaturas sonoras llegadas desde el lado oscuro de la luna. Virgil Donati, Tony MacAlpine y Derek Sherinian mantienen bien engrasadas sus herramientas de trabajo y nos demuestran que siguen siendo unos alumnos aventajados en el mundo del instrumental progresivo. Por esta razón, y debido a que sus nuevos diez temas poseen una carga compositiva realmente intensa, será mejor que intentemos diseccionar cada una de sus composiciones.
Una inquietante secuencia de sonido mecánico es lo que abre su inicial "Moonbabies" para, en un ataque repentino, entrar volando el teclado de Derek con una base simple y que sirve de alfombra para que las cuerdas de MacAlpine comiencen el despegue. Todo ello, salpimentado por el seguro toque de Virgil Donati, acaba convirtiéndose en regla general de un corte que, aunque no lo llena, sí tiene algún arranque de rápidas progresiones. De hecho, no dudan en ocasiones con jugar a los pasajes arrítmicos. Todo ello muere tras una locura sonora, un tutti controlado y ciertamente desconcertante.
En "The Noble Savage" se decantan por un recorrido más jazzy, un movimiento sincopado que desemboca en unos latidos sonoros en forma de alteraciones rítmicas. De ahí, y sin ningún tipo de huella, los suaves juegos con el mástil de Tony mutan en unos riffs de metal más clásico –aunque no deja de lado sus florituras características–. "Ataraxia", una de las composiciones con cierto sabor futurista, está perfectamente argumentada con unas notas al teclado pasadas por los ecos del sintetizador. Volvemos a encontrar a un Donati que juega más con la vistosidad de su doble bombo que con la caja. De hecho, y para ser sinceros, hasta el momento no se ha excedido con rompecabezas ante toms o platos. Virgil golpea en los puntos necesarios y sólo crea ambientes con su maestría ante los pedales. Aun así, y para que sirva de aviso al oyente, en esta tercera composición ya se pueden escuchar ciertas salidas del nido de sus baquetas. Correrías entre caja y toms que acaban regresando a un estado inicial, sin dejar manchas o incomprensión en el pasaje.
En "Tonaz", como parece estar sucediendo en todos los cortes del álbum, es Sherinian el que abre camino con sus teclas. Realmente impresionante esta creación sonora, sobre todo si nos percatamos que sus primeros pasajes, ya con toda la formación dentro del concierto, forma como una secuencia de código Morse gracias a los parones repentinos de las instrumentaciones. Su siguiente "Boy With A Flute" está formada por rápidos cambios de ritmos, de los cuales destaca un final a medio tiempo que relaja el desarrollo y deja expresarse con fuerza a los solos de MacAlpine.
Su "Interlude In Milan" sale airoso de un comienzo que parecía definitivamente arrítmico. Un truco de los grandes clásicos del género, que ya empezara a usar hace bastantes años un mástil llamado Robert Fripp (King Crimson). La técnica consiste en desconcertar al oyente con pasajes sonoros estancos que salen de cada uno de los instrumentos. Nada tiene sentido, al oído sólo le parece una incomprensible unión de bases rítmicas, la descompenetración total. De pronto entra un nuevo instrumento en el pasaje y, sin saber bien cómo, todo empieza a cobrar sentido y lugar. Las nuevas notas crean un hilo conductor al que se acaban enganchando sin problemas el resto de los instrumentos. Una acertada presentación para los cuatro minutos y medio de este interludio por tierras italianas.
El batería del trío reanuda sus juegos con los ritmos sincopados en su séptima "Digital Vertigo", una nueva hazaña musical de la que salen airosos estos docentes en el arte de crear sueños con bandas sonoras de seis minutos. "Ground Zero" es una buena muestra de ello, un momento en el interior de una nave perdida en el espacio. El sonido de su mecanismo y de los elementos chocando contra las paredes de la misma es cosa de Virgil. De repente se produce un intento de descompresión y es Tony el que acude raudo con un riff que desemboca en un mínimo solo controlado. Derek es el que ambienta tras sus teclas nuestros paseos por las diferentes estancias y habitáculos. De pronto, sin ningún aviso, la nave vuelve a ponerse en marcha de forma precipitada y la velocidad crece sin control hasta que, repentinamente, conseguimos entrar en la órbita terrestre y un medio tiempo nos lleva en un placentero viaje de vuelta a casa.
Y, una vez más, nos regresan a las estancias inquietantes y con cierto toque lúgubre. El caso preciso de "Midnight Bell", un corte con cierto aire mecánico pero que no termina por decantarse en esas corrientes. Las diez composiciones encuentran su fin con "Ignotus Per Ignotium", composición con la que ya abrían su anterior directo Live From Oz y que aquí sirve como dignísimo final.
Maravillas sonoras que, una vez más, salen de las desenfadadas mentes de tres talentos de nuestro tiempo. Un trabajo que, si ya de por sí posee una carga compositiva realmente impresionante, con los arreglos de Simon Phillips tras los controles y la colaboración a las cuatro cuerdas de músicos como Tom Kennedy, Jimmy Johnson o Billy Sheehan, se transforma en un CD de cabecera para todos los hambrientos de cuidado virtuosismo y progresiones.
por Sergio Guillén
sguillenbarrantes.wordpress.com