La segunda propuesta discográfica de Javier Miranda, si de algo carece, es precisamente de extrañas imperfecciones. El álbum posee fuerza latente contrastada en nueve diálogos alejados de recursos ambientales de previsible confección con el fin de posicionar su propia identidad creativa dentro del diagrama de la sustentación de superfluas estructuras.
La obra, libre en todo momento de marcajes asociados a la música electrónica de vanguardia, cuenta con un equilibrio perfecto entre pulsaciones armónicas con predominio de la rabia expuesta en tonalidades mayores y menores, con un exponente melódico de pura extravagancia de tonalidad gris, donde la libertad de expresión se manifiesta en clave de placentera satisfacción en lo que a las ejecuciones de Javier concierne. Y es que partimos siempre de una norma, la de huir de un acomodado posicionamiento modal en el uso del lenguaje musical predominante en el disco, como no podía ser de otro modo. Las secuencias y la aplicación resolutiva en las ejecuciones mecánicas, abren la transducción en electricidad alterna, sin esquivar la continuidad, en un ejercicio sonoro difícil de discernir para quienes deambulan sobre la nostalgia viajando a los días de escuela, donde en el patio del colegio les resultaba difícil concentrarse en el intercambio de cromos visualizando al gordo de la clase embadurnar sus morros con la crema de un bollicao a punto de caducar. Pero la verdad del concepto solo tiene un sentido, y se halla de forma transparente en su trazado fresco, espontáneo y cimentado para eludir el cuidado de la sensibilidad de oyente en todo momento.
Strange Imperfection, es una conjugación atmosférica hecha a la medida de la exploración sin tabúes, que no reniega de otras fuentes efervescentes de inevitables influencias de la innovación sonora, y que transforma la complejidad en energía natural donde la cristalina improvisación inclusive, emerge cuando los tempos de las estructuras más comprometidas de las piezas del disco, así lo requieren.
Estamos ante un delirante mosaico de comedidos atentados de placentera agresión irónica, que de forma directa, precisa y concisa, manifiestan el estado más sensible del entusiasta músico lucense, que va más allá de un mero tributo al ambiente diseñado para jugar al rescate de princesas encantadas. Una realidad que comulga con el Avant Cósmico y la oposición electrónica sobre la parcela del éxtasis cometido por Javier a su antojo, justo en el momento adecuado, y que sin esperar respuestas de las impertinentes comparsas de la gratitud, se regocija en la sigilosa independencia sin temor a la soledad. Y esa es la norma fundamental del arte.
Luis Arnaldo Álvarez (Baterista y Locutor profesional independiente)
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