Pocos saben que el señor Andy Tillison en sus años adolescentes y algo más, fue un punkarra hijo de la Inglaterra bastarda pelo pincho, que no vendió la música inteligente por una libra precisamente, sino que se la cargó directamente. El querido y adorado pelito liso de Steven Wilson con su pintilla intelectual de tímido chico bueno, viene de la misma cosecha y alguno de mis amigos que lo conoció en persona, cuando era chaval en Londres, puede certificarlo. Algunos y aquellos que echaron pestes de la grandilocuencia y pretenciosidad de los extintos monstruos progresivos, son ahora en su madurez, los que han tomado su relevo. Cosas del destino o el regreso del hijo pródigo. Nunca lo sabremos.
Para los que hemos sobrepasado (en varios ya) los 60 años y vivimos esos tiempos con orgullo y sin cambiar nunca de chaqueta, nos resulta pintoresco, porque también ocurrió el caso contrario y más dramático de cambiar el violín por un imperdible en la punta del nabo. Muchos de nuestros músicos favoritos tienen alguna mancha fea o gilipollez en el currículum con algún comportamiento y ocurrencia que los aleja de esa imagen idílica de héroe que tenemos de ellos cuando éramos más jóvenes. Pero no es nada extraño que los humanos tengamos gustos o actitudes antagónicas a lo largo de nuestra vida. La estupidez es nuestro ADN. Supongo que forma parte de la evolución y de la psiquiatría a partes iguales. Se podría escribir un libro de las chanzas, comportamientos y cambios sorprendentes de algunas de nuestras estrellas rutilantes y adoradas, pero ahora no es el caso.
Tillison pasó de la ruidera y la bronca guitarrera, a enamorarse de la música clásica modernista de principios del XX. Claro que no todos los sinfónicos empezamos siéndolo. Hay un principio y posterior evolución y conforme pasan los años una hermosa decadencia. El final es lo más interesante. Ironías aparte este disco de la tangente podría haber estado integrado en la discografía de estudio oficial, pero misteriosamente lo relegaron a “acompañante de segunda” destinado a los fans. Para mí es un disco (en piezas puntuales, ojo) incluso superior a otros de ellos. Pero este segundo plano no impide que lo coloquemos en el lugar que se merece. ELP hicieron una estrambótica “versión” del Cuadros de una Exposición del atormentado borrachín y depresivo Modesto Mussorgsky, al que sus compañeros del “Grupo de los cinco” en especial su amigo Rimsky Korsakov tuvo que orquestar muchas de sus obras de partituras anárquicas y caóticas, muchas veces liantes esbozos. Mussorgsky murió alcoholizado y enfermo relativamente joven. La versión “rock” de Emerson y compañía poco tiene que ver con la deliciosa orquestación que hizo Maurice Ravel.
En el caso que nos ocupa adaptar a una banda progresiva una obra de la complejidad de La Consagración de la Primavera de Igor Stravinsky es de valientes o de locos. Una obra revolucionaria llena de medidas y ritmos muy complicados y quienes la conozcáis sabéis a que me refiero. En principio Andy Tillison quería hacer un disco de mayores proporciones basado en esta obra. Imagino posibles problemas de derechos y tal. Pero bueno al final llevó a cabo, no una “adaptación” rigurosa o mera copia de la partitura de la Sacré, sino una inspiración que toma evidentemente partes de la obra, pero llevado completamente al rock progresivo y esto para mí ya es más fascinante y personal. Desde el comienzo con su famoso fraseo melódico de los augurios primaverales, Tillison lleva a su terreno de jazz-fusión-canterburiana con ramalazo emersoniano incluido, su propia versión dividida en dos partes de 11 y 14 mtos respectivamente. Me imagino a mí mismo detrás de la batería tocando esto y se me eriza la piel de emoción. He oído la consagración stravinskiana cientos de veces, e incluso en mis desvaríos juveniles llegué a pensar que de esta obra algún día y algún grupo prog del futuro llegaría a atreverse con ella. Pues ya ves, ni Nostradamus. No obstante hubiese preferido que Tillison se hubiese callado en la segunda parte. La voz sobra y hasta me cabrea, pero afortunadamente es relativamente breve y la fantástica instrumentación ultra-prog me hace perdonarle. Puedes escucharla las veces que quieras, es más, es hasta recomendable que lo hagas, para impregnarla en vena. El tipo se lo ha currado a base de bien.
El resto de este disco tiene otras tres piezas, una de ellas es una larga llamada “Live On Air” a ratos sumamente interesante donde el fantasma de Stravisky continúa en la mente inquieta de Tillison que mima el sinte y el hammond y las “tangenadas” siguen haciendo esa buena música a la que ya nos han acostumbrado. Son tipos brillantes pero insisto que en este caso hubiese preferido un disco totalmente instrumental, porque la línea tomada lo pedía y las partes cantadas es lo que menos me gusta de la tangente en esta ocasión, por muy “vocals zappero” que quiera ponerse a veces (que lo hace). Musicalmente se salen, como siempre, y este disco en este sentido, es de los mejores y no exagero. Para sinfónicos con pedigrí y si no, también que cojones.
Alberto Torró
Alberto Torró