Echando la vista atrás hay un fenómeno que nunca he tenido muy claro: si tenemos en cuenta la importancia que tuvo el rock progresivo durante la década de los 70´s, cómo es posible que exista tan poca bibliografía al respecto si lo comparamos con otros estilos de música.
También podemos precisar otra cuestión: este movimiento tuvo mucha menos acogida en sus países de origen que en el resto del mundo. Esto da que pensar. En Inglaterra por ejemplo el rock sinfónico es odiado por la mayoría de la crítica musical y por algunos músicos que la crearon. Lo que puede parecer una delirante contradicción es una dura realidad. Los anglosajones son un pueblo extraño. Crean las cosas más interesantes y luego aborrecen de ellas. Una forma de escepticismo, ironía y reírse de su sombra forma parte de su caracter. Este fenómeno puede ser normal en España pero en otro sentido porque la base musical que tenemos es mínima en comparación con otros países. Nosotros salvo el flamenco que es la única música que hemos exportado al mundo incluso adaptado para la música clásica no tenemos ninguna otra base cultural como sucede en otras partes del mundo. Eso si nuestro humor es muy bestia y nada sofisticado. Nuestra expresión cultural más popular es la copla y la pachanga. La fina ironía aquí cuesta cazarla. Desgraciadamente la tradición sinfónica europea apenas pasó por aquí si exceptuamos a nuestros dos más grandes compositores de prestigio: Manuel de Falla y Joaquín Rodrigo. Hay alguno más claro, pero sin la relevancia de estos dos. Nuestra aportación al rock progresivo, al jazz o al folk o a otras músicas “honorables” están más dentro de lo pintoresco o anecdótico que otra cosa. Siempre tremendamente minoritario. De joven esto me resultaba doloroso, de mayor me puede la indiferencia porque entiendo que no hay remedio. Admiro a los pueblos de América del Sur por la sensibilidad y actitud demostrada hacia las músicas de calidad. Tienen bandas estupendas de rock progresivo y rock sinfónico. Además, todos los grandes grupos de la historia han pasado por ahí a lo largo de las décadas. No podemos decir lo mismo en esta tierra que si bien hemos tenido buenos conciertos y un público entregado y entusiasta, raramente invertimos en cultura por desinterés y sobre todo por ignorancia con el rechazo consecuente a ello. No todos somos así, hay que decirlo. Hay buena gente en mi país y buenos amantes de la cultura los mismos que hacemos lo posible para no hacer demasiado el ridículo fuera de nuestras fronteras. Italia es un caso aparte: allí los grupos de buena música abundan. Quedan unos cuantos discos de Syndone por comentar en las próximas semanas y daré por aparcado el prog italiano porque si no se va a hacer interminable y hay otras partes del mundo que son interesantes de destacar.
Con 17 años de diferencia entre “Inca” y “Melapesante” la banda de Nik Comoglio ya parecía una historia olvidada. Nunca se sabe que ocurre en realidad en la mente de un músico, pero se repiten historias como ésta dentro de este estilo con mucha frecuencia. En 2010 pasan a ser una orquesta de 16 integrantes que cubren un amplio abanico instrumental con la idea nítida de hacer música a lo grande que encaje con lo antiguo pero con una frescura compositiva completamente renovada y lejos de repetirse. La temática de este trabajo es variada con sugestivos títulos: “Melancolía de Ofelia” “Allegro Feroce” “Magritte” etc. Con el clásico sonido vintage de teclados analógicos para que los sinfónicos no saquemos pegas como siempre. Vuelvo a repetir que Keith Emerson estaría contento con una banda que le recuerda constantemente pero no nos engañemos que Syndone tienen su sello indiscutible de RPI y una buena y variada fuente de donde sacar ideas incluso dentro de un buen avandgarde de rock de cámara hacia las formas complejas de la música clásica contemporánea. Aquí hay muchísimo sonido y vericuetos implicados que exigen una adecuada audición. El canto en italiano de Riccardo Ruggeri tiene una bonita voz se adapta bien a las no muy largas pero complejas composiciones.
Pensemos en 47 mtos repartidos en diez cortes. Tendencia épica por supuesto y cierto drama lírico típico de esas tierras no está ausente, así como exquisitas partes acústicas de guitarra, piano, flauta y vibráfono. En general huyen de tópicos y las canciones a veces tienen giros inesperados y eso le da mucho interés reduciendo el margen de lo previsible que todo prog veterano y experimentado lleva en la cabeza, hasta el punto de adivinar por la forma musical a que conclusión y desarrollo va a llevar cada canción. Con las músicas convencionales esto es fácil de prever pero con el rock sinfónico no, salvo que lleves un archivo mental impresionante. Toda la música llamémosla “normal” o convencional se basa en unas plantillas casi siempre similares. Es un modelo de fábrica ya hecho y el músico solo hace que rellenarlo: ahí tienes el rock básico y todas sus etiquetas surrealistas para adaptarlo a los tiempos, todo el pop, el blues, las baladas románticas y hasta el jazz standard y las bandas sonoras. El esquema es como un troquel “oficial”. Como un formulario-tipo donde los acordes las notas y los ritmos ya están en un orden determinado donde solo tienes que seguirlo y los más valientes reinterpretarlo. Todo destinado al fácil consumo. Si amigos todo lo que oímos fuera de los círculos libres de música minoritaria está inventado y lo peor: disciplinado para que no se salgan del guion. Os contaría anécdotas pero no viene al caso. Syndone hacen su propia mezcla y lo que les viene en gana y por ello me gustan.
Alberto Torró
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