Curioso título para los que crean que la muerte es algo especial y trascendente. No voy a quitarles la ilusión a los que piensan que esto tiene algún sentido, pero me tranquiliza la lógica y la razón de que aquí se termina todo.
Pensar en alguna otra forma de vida después de este desastre biológico me parece una broma de mal gusto. Decía Cioran el pesimista más ilustre después de mi querido Schoppenhauer, que solo la música se escapa de la mortalidad a la que todos estamos abocados irremisiblemente. Ella por si sola es el único analgésico natural que tenemos y la que contribuye de alguna forma a que seamos algo mejores el tiempo que estemos en este teatro del absurdo. Ciertamente nos sobrevive y también calma nuestras miserias. Quizás la única cosa decente que ha hecho el ser humano, aunque no por eso glorifica a los que la crearon porque tampoco eran santos.
La segunda entrega de mister TPE se edita con un año de diferencia como pasará con el siguiente. Parece una suite que subtitula cantos del 1 al 9 al estilo de literatura de Dante y con claro mensaje metafísico. Como buen escéptico la temática transcendental no me interesa lo más mínimo y me carga completamente. La falta de sentido del humor en cualquier aspecto artístico es realmente “pretencioso” y aquí sí que empleo la palabra que tango gusta utilizar a los detractores de la pompa sonora. Me gusta la grandilocuencia sonora porque me divierte y me alegra, pero no su equivalente literario ya sea en la poesía o en cualquier otro tipo de narrativa exaltada y rimbombante y salvo de ello todo lo que sea irreverente y surrealista por supuesto. Tomarse la vida en serio es una condena.
Tras la breve introducción de una ambulancia y la angustia que se respira en 45 segundos entramos en temática con el cántico trascendente. Música angelical o sueños húmedos del que va en la ambulancia con un pie aquí y otro allá. Una pieza bonita y caprichosa con orígenes de la hippilandia caleidoscópica. Suena cálida e inofensiva como una cremita para la irritación pélvica y los dibujos juguetones de los teclados más los bonitos fraseos de guitarra y voces aterciopeladas nos transportan a las décadas prodigiosas de los 60-70´s con la firma del siglo XXI. Que no castiguen el oído ni te rompan el tímpano a día de hoy es una bendición celestial. El siguiente canto trata precisamente de visiones celestiales que no son precisamente tranquilizadoras con una música laberíntica y llena de cortes y contrastes de una más que admirable calidad compositiva. Los nerviosos teclados y la entrecortada guitarra eléctrica no son de fácil escucha, pero mantienen atento el interés de lo que estás escuchando. Hacia la mitad la música vuelve a acariciar con esas melodías en estado de gracia absolutamente agradables. Técnicamente la ejecución es impecable.
“Beyond The Light” sigue en parecidas circunstancias conceptuales: rápida y elaborada ejecución teclística, donde se mezclan fusión, jazz, rock, música contemporánea y caprichosa inventiva. Si cada instrumento está todo tocado en tiempo real me quito el sombrero, porque a veces la digitación y los cambios llevan una velocidad increíble. Con las técnicas actuales se pueden hacer cosas que hace cuarenta años no se podía y de ahí me surge la duda. Como no podía ser de otra manera pronto aparece el demonio con cuernos y sus secuaces. La música se torna caótica y llena de disonancias y ritmos que recuerdan en algo-bastante al gigante gentil pero más arbitrario y confuso. El sótano de archivo de “tics” progresivos recurrentes arremeten contra el incauto oyente si no está familiarizado con “esas formas” de hacer y ejecutar música. En la siguiente el demonio se lamenta con una guitarra distorsionada a la antigua usanza y el sonido de clavicordio que tanto usaba Kerry Minnear en su banda madre. Se hace un poco pesado el toque bluesy que emplea a medio camino próximo a veces al formulario Zappa época “Bongo Fury”. Algo farragoso el diablillo este.
La siguiente pieza “El reino de los escépticos” rasguea la guitarra acústica también a la vieja usanza de primeros 70´s con bongos, humo y porros y con la manía de sentarse en el suelo habiendo sillas o mejor aún un sofá blandito. Manías de los hippies. “El misterio de lo divino” lo resuelve en dos minutos con un tristón piano y violín y algún fraseo de guitarra. En “la verdad de la eternidad” se pone jazzy-fusion y vuelven los hermanos Shulman a poseer al sujeto en cuestión durante 12 mtos de sonidos añejos prog. Entretenido su sabor groove de órgano y ritmo sincopadocon los Floyd lunáticos animando el cotarro. Un disco muy diferente del anterior.
Alberto Torró
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