Groundhogs es otro de ésos grupos del underground británico 70s, que se despacha el listillo de turno nombrando sus títulos más tópicos como "obras fundamentales" y fin. Completan la colección echando hostias. Suelen hacerlo también con Wishbone Ash, Hawkwind o Can. No, mire usted, un grupo de esos niveles, no se convierte en mediocre de la noche a la mañana. Puede que su carrera vaya descendiendo si su inspiración también lo hace, pero siempre será lentamente, con el pasar de los inexorables años y modas.
Pon "Hogwash", por ejemplo. Que nunca te lo nombrarán éstos lumbreras frente a "Thank Christ For The Bomb" (1970) o "Split" (1971) y "Who Will Save the World?" (1972), pero que no anda lejano en calidad. También se tiende a encasillar a Groundhogs como una banda rock blues. Por sus inicios como backing-band de John Lee Hooker (hasta se llamaban John Lee's Groundhogs), grabando dos singles antes de separarse en 1966, habiendo trabajado con Mike Vernon. De aquel quinteto inicial, Tony "TS" McPhee (guitarra y voz), rescatará a Peter Cruickshank (bajo) en 1968, para resucitar, ahora sí, como Groundhogs. Si bien la base blues se conserva, sus largos solos instrumentales los mete de lleno en el remolino progresivo de primeros 70.
Y en "Hogwash" la cosa se incrementa. Primero con la inclusión de Clive Brooks, batería de Egg, (teloneros en pasadas aventuras de directo), que sustituye a Ken Pustelnik. Y segundo con la introducción de Ring Modulator, Mellotron M400 y ARP 2600 Synthesizer, en el arsenal de sonidos de McPhee. Eso es lo que nos vamos a encontrar en todo su esplendor clamando en "I Love Miss Ogyny" (5'20). Un tema distinto, alejado del blues y más cercano a la esquizofrenia que proclamaba "Split", en su misteriosa y caótica melodía. Sí, éste es un power trío diferente. El ritmo dialoga acaloradamente consigo mismo, pero se complementa con la miríada de extraños sonidos que aparecen desde todos los rincones de los Advision Studios. La guitarra escupe ráfagas eléctricas furiosas, más en consonancia con Robert Fripp.
Y ésa atmósfera agobiante y claustrofóbica continúa para "You Had A Lesson" (5'15), porque las expresiones vocales de su absoluto líder , (total compositor y productor además ), tienen mucho de dramatismo teatral. Agrega un omnipresente mellotron de colosal envergadura genesiana, y tendrás un grupo muy evolucionado respecto a su rudimentario y básico estilo inicial. Hasta la slide suena desquiciante, como aporte a la neurosis y el mal viaje como verdadero "heavy metal" del momento. Es música que infunde respeto, casi miedo. Terror psicológico disfrazado de obra de arte. "The Ringmaster" (1'25) da a Brooks espacio para su solaz técnica enmedio de un mar de efectos. Todo ello encadenado con "3744 James Road" (7'15). Y ahí sí que sale a flote una suerte de blues de ultratumba, como un zombificado a las afueras de Haití o New Orleans. La guitarra se retuerce en dolores espasmódicos y pide liberarse de sus cadenas esclavizantes en forma de pedales expertamente manejados. Tony "TS" es un olvidado shaman del sonido eléctrico. La hipnosis rítmica tiene consecuencias perturbadoras. Groundhogs son un puro experimento psíquico de utilidad MK Ultra. Necesitamos más "tortura" que nos haga adictos a ésta droga mental.
En el otro lado de la terapia vinílica encontramos "Sad Is the Hunter" (5'15), como proto-metal en combustión nada espontánea. Randy California se apunta a ésta jam sin mucho insistir. Y hasta te paga una ronda. "S'one Song" (3'40) contiene melodías campestres asilvestradas de gancho Wishbone Ash, pero en un sólo mástil apto para todos los terrenos escarpados. Que deriva en otro escape nervioso marca de la casa. McPhee es tan letal con la Gibson SG como con los teclados. Y en "Earth Shanty" (6'50) se nos pone krautie-espacial que ríete de los Froeses y Schulzes del gremio. Eso como intro. Vuelve un fúnebre blues rural con acústica folk casi Renbourn, de oscuridad masticable. Y el mellotron-enterrador echando tierra sobre el ataúd sonoro con acidez sintetizada, en otro bad trip hecho música inenarrable, (conste que yo lo intento). Ese regusto a tierra folk blues consigue lo que buscaba, no te quepa duda. Y en "Mr. Hooker, Sir John" (3'34), como ofuscado homenaje, entra en acción con la efectividad que Jimmy Page nunca consiguió.
J.J. IGLESIAS