El elepé aquí recuperado de John Fogerty es el primero que nos lo trae como solista, recién divorciado de sus satisfactorios Creedence Clearwater Revival. El procedimiento publicitario a seguir era el de inventarse una banda ficticia de country, The Blue Ridge Rangers, nombre en honor a la tonadilla tradicional norteamericana “Blue Ridge Mountain Blues” que abriría el álbum. Lo siguiente consistía en grabar en estudio canciones clásicas que se moviesen del hillbilly al gospel, siempre por el cauce más sudista; así se recurría a las viejas melodías de Hank Williams, Arch Brownlee o Jimmie Rodgers, por citar a tres de una extensa lista.
Por último se envuelve con una portada en la que los cinco miembros de la agrupación aparecen en pleno campo con sus instrumentos, aunque con el detalle de que a ninguno se le puede ver los rasgos faciales pues están a la sombra. Violín, banjo, cantante, contrabajo y guitarra, o lo que es lo mismo: John Fogerty. El de Berkeley crea fantasmas de las praderas mientras él mismo se encarga de producir e interpretar cada mínimo arreglo o desarrollo instrumental.
Y aunque la Creedence degustó el terruño gracias a un álbum como Willy And The Poor Boys, con aquellos “The Midnight Special” o “Cotton Fields” –canción tradicional y mirada a la plantación firmada por Leadbelly, respectivamente–, este The Blue Ridge Rangers se adentra más, removiendo arena, matojos y piedras, abrazando la raíz sin por ello escupir sobre el advenimiento comercial.
Su acercamiento al yodel –John se evita los complicados gorgoritos tan típicos en estos menesteres– en “California Blues (Blue Yodel #4)” está entre los Apalaches, Nueva Orleans y el regusto de sus antiguos compinches. Llamativo es su tratamiento de las baterías, tan básicas como efectivas. Un tipo con talento mi admirado Fogerty, qué duda cabe.
por Sergio Guillén
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