Estamos en 1988, ocho años tras la muerte del baterista de Led Zeppelin John Bonham. El vuelo del inmenso zeppelín del rock profundo es ya leyenda, parte de la más alta cultura musical. The Firm, el supergrupo inventado a pachas con Paul Rodgers (ex Free y ex Bad Company), resulta un acierto gracias a su primer LP –allí encontramos “Radioactive” o “Closer”, por ejemplo–, mientras su segundo lanzamiento es mero pasatiempo para el descarte.
¿Qué le queda a un guitarrista como Jimmy Page más allá de participar en diferentes propuestas de amigos? Liarse la manta a la cabeza y ser Page el que invite a sus íntimos para redondear un álbum de solista. De esta manera, y dando carrete a maquetas a medio modelar, el que fuese uno de los cuatro pilares de Led Zeppelin presenta a Geffen Records un trabajo de rock impetuoso, no rayando en originalidad pero sí estructurado con la pericia suficiente como para alegrar a los que adoran los riffs del de Heston, Middlesex.
Se lleva a sus estudios The Sol a artistas como John Miles, Chris Farlowe, Tony Franklin –con el que coincide nuevamente tras The Firm– o el ex Jethro Tull Barriemore Barlowe –que grabase las baterías en algunos de los discos más sobresalientes de la apuesta de Ian Anderson–. El ardid nostálgico lo pone la inclusión de Robert Plant cantando “The Only One” –¿irá con segundas intenciones?– o el fichaje del vástago de John, un Jason Bonham explosivo que salía de darle al adult oriented rock con la banda Virginia Wolf.
La idea original consistía en un elepé doble, que al final, por un extraño robo en la casa de Jimmy, se redujo a único disco por haber sido substraído parte del material en la incursión. Mejor así, pues el brillo de este maridaje no prometía segundas partes con igual esplendor si se hubiese empecinado en el estiramiento.
por Sergio Guillén
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