Justo en el año 2000 se volvió a producir el milagro. Dos viejos amigos de correrías berlinesas se juntaban de nuevo. Manuel Gottsching a sus guitarras tuneadas (o de nylon), y Klaus Schulze en sus cacharros cibernéticos y sofisticadas percusiones sampleadas.
Fue en el marco londinense del Royal Festival Hall, sitio apropiado para el fulgurante despegue hacia multiversos ilimitados. Y menudo viaje. Un sólo tema, "Gin Rosé" (69'26), para que los asistentes quedaran bien saciados. Tras una intro llena de (previsibles) ruiditos cósmicos parecidos a una cháchara de R2D2, discernimos las sobrias capas sonoras del gran Schulze. Marca patentada de la casa. No se ha explotado convenientemente el potencial de éste hombre a nivel cinematográfico. La última revisión de "Dune" es un buen y serio comienzo. Lo hecho hasta entonces, resulta más anecdótico que otra cosa. Y es una pena. Pronto se suman las cuerdas mutantes de Gottsching, y la magia resucita. Han pasado de esto 22 años, pero pudo ser ayer. Suena a nueva música contemporánea del no tan nuevo Milenio. Y bien podría ser la banda sonora de unos últimos tiempos. Una Gran Depresión que ha demostrado lo oprimida que está la raza humana, por unos pocos. E intuyo que estamos sólo en la Fase 1. La tristeza existencial que desprende la ejecución de éstos orfebres de lo onírico es desasosegadamente realista. La veo como perfecta para el 2020 y sus secuelas. Su compenetración improvisadora supera la telepatía y cualquier experimento demencial del MK Ultra. Se conocen como gemelos. Suenan analógicos con toda intención, aunque el material esté equipado con la última tecnología. Paradojas del tiempo. Instrumentos de última generación, para sonar como hace 50 años. Dibujan paisajes desolados en otra dimensión, como lienzos dalinianos llenos de imágenes cercanas a lo imposible.
Ritmos ciber bien aplicados por un ex-batería que ejerció como tal en los comienzos de Ash Ra Tempel. Líneas de sinte lujuriosas, que se desplazan por el éter temporal como ectoplasmas drónicos. Mientras las cuerdas simulan orgánicos sentimientos electrónicos en metamórfica electricidad. Cuando no en desenchufe emocional de síntesis con el arsenal schulziano. A veces rozan territorios Ashra. Con clímax que suben y bajan como una montaña rusa de sensaciones atemporales, que no entienden de humana contabilidad del tiempo. Ni de modas o tendencias irrelevantes, superfluas, ridículas, superficiales. Introspección filosófica para disfrutar uno mismo, sin que el mínimo ruido de una engañosa realidad ensucie momentos de épica hipnótica desmesurada.
Dos leyendas de la Berlín School recreándose con un concienzudo sentido de la recuperación histórica. Pero también innovando sobre ella en inesperadas salidas ambientales. Fidedigno reflejo de que aquí, seguian creativos y on fire, como lanzadera cósmica al infinito de una imaginación kraut-kosmische, llena de cromatismo ensoñador. Gracias a ellos y algunos más, la electrónica de verdad seguirá teniendo vigencia y respetabilidad en siglos venideros. No diré más, señoría.
J.J. IGLESIAS