Con su programa televisivo y discos como The Monkees o More Of The Monkees, Micky Dolenz, Peter Tork, Davy Jones y Michael Nesmith se habían convertido en los niños bonitos de Norteamérica. Creados por Screen Gems Television, tras comprar la idea pensada por Bob Rafelson y Bert Schneider de unos posibles rivales estadounidenses para la beatlemania, The Monkees en un principio resultaron marionetas en manos de la compañía.
Mientras ellos soñaban con poder tener la libertad creativa obtenida por The Fab Four, artistas a los que admiraban –por mucho que se vendiese otra historia en los medios de difusión yanquis–, se las apañaban para poner sus voces sobre canciones compuestas por David Gates, Carole King, Tommy Boyce, Bobby Hart o Neil Diamond, y ejecutadas a los instrumentos por mercenarios de estudio. A Nesmith era al único que se le permitía incluir alguna tonada de su cosecha, debido a su talento como creativo. Pero el poderío en ventas les envalentonaría para pedir lo que les pertenecía, es decir, un elepé en el que realmente imprimir su personalidad tanto en letras como en arreglos.
Así, y tras hacerse los actores Dolenz y Jones con las bases en ejecución de varios instrumentos –Peter y Michael eran realmente los músicos del grupo–, se reúnen de febrero a marzo de 1967 para generar la total grabación de Headquarters. Álbum que es el primer intento medianamente psicodélico del cuarteto, una psicodelia siempre entendida como pop que se deja manchar por concepciones básicas en cuanto a lo que ese flower power pueda significar para el sonido como tinte primario.
Un disco que abre y cierra sus puertas con sendos tributos a sus amigos The Beatles: “You Told Me” es el pop ácido que el británico long play Revolver ya asentaba un año antes, mientras “Randy Scouse Git” queda como pequeña gran locura que Micky Dolenz escribió la mañana siguiente tras una fiesta salvaje junto a los muchachos de Liverpool –en la letra del tema se les nombra con la frase «the four kings of EMI»–. Peter Tork se apunta al aireado “summer of love” con “For Pete’s Sake”, dejando a Davy Jones el almíbar –“Forget That Girl” y similares–.
Tampoco faltaron los momentos bizarros en los que experimentar con pequeñas bromas privadas como “Zilch”, un seudo trabalenguas a cuatro voces, o “Band 6”, en su revisión precaria de la sintonía del espacio televisivo infantil Looney Tunes. Ni todo esto ni el hecho de que el Turtle Chip Douglas les produjese este lanzamiento, pudieron con ese gran tifón del 67 que llevaba por título Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band; el disco que cambiaría la concepción de la música moderna para siempre quitó del primer puesto en las listas de los States a aquel Headquarters que únicamente lo había disfrutado una semana.
por Sergio Guillén
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