Este es uno de esos discos, que pocos segundos después ponerlo, sabes no muy bien porqué, pero te va a entrar a la primera y de tirón. Es una sensación de seguridad profunda de la cual desconocemos su origen, pero está ahí, es instintiva y nunca se equivoca, posiblemente producto de años escuchando música del género. Y no es que One contenga música fácil de digerir, comercial, ni nada parecido, pero tiene "algo" que nos permite identificar que va a ser un gran descubrimiento.
Formación desconocida, de la cual prácticamente solo existe este registro, tras este álbum no vería nada más la luz hasta 1994, donde surgieron de pronto nuevamente, con casi todos los miembros no originales (solo se mantuvo Miller), para volver a desaparecer otras dos décadas. Procedían del Reino Unido (Sutherland) y de su proyecto debut solo llegarían a imprimirse en aquel momento 1000 copias, cifra ridícula que aseguraba su anonimato, más todavía en un momento en que el rock progresivo estaba en pleno clímax, abarrotado de bandas. Para acabar de empeorar las cosas se embarcaron en circuitos maltrechos y eventos estrafalarios de manera que apenas fueron presentados a prensa ni medios populares. Después llegaron los años 80 y con los drásticos giros de las corrientes musicales el Circo dio por terminada la función.
No supieron abrirse camino, algo que es difícil de entender escuchando su obra inicial, músicos que muestran un saber estar y una veteranía a pesar de su juventud, fuera de dudas. A eso hay que sumarle que contaron con una producción de lujo, que vamos a poder apreciar a lo largo de toda la escucha. En el apartado de ingeniero de sonido encontramos a John Etchells, un experto en su terreno que trabajó con David Gilmour, Dire Straits ó Spandau Ballet, entre otros. Junto a él colaboró Ron Richards, personaje de gran experiencia que produjo para estrellas como Beatles, Gerry and the Pacemakers, descubridor de The Hollies. Y para completar el triplete, Tony Hymass a cargo de la conducción de los arreglos, una maravilla, que tocó con músicos del calibre de Jack Bruce y Jeff Beck.
Su sonido es profusamente épico con un tratamiento de teclados muy puro, ocupados en llevar el peso de las composiciones, convirtiéndose en los protagonistas de la gran dimensión que alcanzan los temas con el mellotrón como instrumento estelar, causante de la grandilocuencia que adquieren muchos instantes. Otro punto importantísimo son los arreglos de cuerda a cargo de orquesta mayoritariamente de violín, perfectos, cuidados, exquisitos, que te retrotraen a los realizados por Alan Parsons en su "Project" y que a veces se reenganchan a la línea instrumental principal. Sus influencias no son claras, pero encuentro semejanzas con MANFRED MANN EARTH BAND en la guitarra de Dog y su interrelación con los teclados de Miller, unas veces siguiéndole la frase del órgano, otras construyendo sus propios desarrollos. En la construcción instrumental con el mellotrón encuentro algunos coletazos de unos KING CRIMSON de inicios, y en algunos temas la guitarra acústica ataca el tema dentro de una performance en la línea de unos WHO de su disco Tommy o en unión con Miller rescatan un sonido de guitarra "Steve Hackett" propio de Nursery Crime.
La mayoría de los temas no son extensión estándar del progresivo, no se producen grandes desarrollos instrumentales cargados de virtuosismo, pero tienen un equilibrio conjunto que no dejan dudas sobre su brillantez. Su trayectoria es ir de menos a más, concluyendo en importantes finales épicos y explosivos elevados por la carga instrumental a apoteósicos, de tal forma que nos queda la sensación de brevedad, de que deberían haber seguido sacando más partido a la magnífica melodía con la que han terminado la pieza.
Estilo progresivo-sinfónico dentro de los cánones establecidos, siguiendo la pauta escrita por los grandes, podría parecer que sería suficiente para triunfar, tenían todos los ingredientes para lograrlo. Delicadeza y potencia en una combinación difícil de llevar a cabo donde es fundamental la profesionalidad y la compenetración de todo el equipo.
Una sección rítmica competitiva y solvente, su batería será quién se ocupe de escribir las canciones mayormente con un tempo clásico de los grandes progresivos. La guitarra de Dog se transforma viajando por la psicodelia, entrando al espacio hard en Brotherly love con unas guitarras en paralelo, surcando emociones con la acústica en Jenny y flirteando detalles de Jazz y blues en diversos momentos del disco, trabajando bendings y delays. Los teclados de Miller son firmes, envolventes, inquietantes, usando capas lineales crea ambientes abiertos, oxigenados llegando a ser pomposos y épicos por el mellotrón, sobre los que se enroscan espirales de arreglos de violín hasta el punto de producirse un sellado que los hace indistinguibles unos de otros.
La voz estaba a cargo de Paul Robson, solo se tenía que ocupar de eso, y lo hacía con pericia cumpliendo con una gama de registros suficientes como para superar la prueba con garantías, sin aspavientos, con la expresividad suficiente , efectiva y con ayuda de algún falsete para los agudos.
Como anécdota, Title track, su pieza más extensa tiene una irrupción que me recuerda tremendamente al inicio de Dark Side of the moon, con ese avión que sobrevuela por encima de nuestras cabezas para estrellarse finalmente, solo que aquí es versión reducida.
Parecían tener el horizonte muy claro, el estilo definido y un potencial creativo y una proyección, que nunca sabremos hasta donde podía haber llegado, si estos chicos hubiesen continuado al frente. Una lástima.