Más conocido como fundador del dúo electrónico Dweller at the Threshold, que mantuvieron la llama Berlín School bien viva entre 1993 a 2005, Paul Ellis sigue con su carrera en solitario desde Washington. A veces en colaboraciones con personalidades de la "cosa nostra" como Rudy Adrián o Steve Roach.
En su último "Color the Mind" demuestra atemporalidad y una pasión imperturbable por éste sagrado legado. Dicen que la veteranía es un grado. Pero sin emoción, todo se convierte en forzado y artificioso. Algo que está lejos de sucederle al sintetista norteamericano.
Su inicial "Periscope to Deep Space" (9'07) contiene, ante todo, originalidad. Huye de los convencionalismos berlineses al uso y se dedica a hacer lo que se le pide a éste género : experimentación. A base de melodías sincopadas, efectos que buscan la sorpresa y una raíz cinemática inevitable. Son coloridas premisas que me llevan al Edgar Froese de finales 70, a trabajos como "Stuntman" o "Ages". De la misma manera, si no más, en la siguiente "Building Future Ghost Towns" (8'32) entramos en misteriosos territorios de pureza Tangerine Dream, cuando éstos soñaban por la "Stratosfear". Capta aquel feeling y lo renueva para alegría de los que tuvimos aquel disco como banda sonora de nuestra vida.
"Moonlit Bonnie in Mellotron Fields" (6'42) - toma título molón-, ofrece lo que proclama. Apocalíptica melancolía desde un planeta Klingon, con mares de desconsolado Mellotron. Romanticismo del XIX con tecnología malcopiada de Roswell. Disimulando que somos primates "inteligentes". Aunque Ellis se sale de ésa etiqueta con holgura, a base de alquimia FM Synth.
Aún más personal me parece "Autumn Leaves Spinning Dance" (5'55), donde, como en un precioso jardín cibernético, cada flor de vivos colores se abre en sonidos detallistas y efectistas, a cual más bonito y estético.
Más sombría se presenta "Emerald Fire" (8'25), que va tomando vuelo secuencial hasta convertirse en un asteroide highlight del disco. Maravilla con impulsora guitarra e innegable homenaje, una vez más, al gran Froese. En una abierta comunión eléctrica absolutamente digna del Maestro.
Nos acercamos a la mastodóntica "To Color the Mind" (21'05), que posee una frágil lírica embriagadora, casi narcótica, siendo algo ideal para después de una opípara comida. Garantiza un viaje lleno de paz interior e irradia mística ambiental de inusitada clarividencia. En psiquiatría debería recomendarse sin receta. Termina como empezó, con arpegio de guitarra acústica. "Window to the Exact Moment" (8'16) es un sabroso manjar de las huertas del "Rubicon/Ricochet", que dejará saciado al más nostálgico adorador de ése dorado tiempo en la religión de la Mandarina Durmiente. Su macramé secuencial es de superior artesanía. Encantará.
La etérea fascinación de "Zephyr and Undines" (9'08) pone punto final a base de un imaginario portal en un paradisíaco vergel asiático, en una fría mañana de invierno. La imaginación se dispara. Y para ello hay que saber provocarla, seducirla, excitarla y copularla. Paul Ellis es un pintor musical hiperrealista de la abstracción, de bodegones cubistas y surreales paisajes en mundos por construir. Innovador, pero fiel de la tradición berlinesa.
Un exquisito ágape.
J.J. IGLESIAS